Para los caraqueños que
viven en el extranjero, la ciudad de Caracas se simplifica como una verde metrópolis a los pies del cerro Avila, una urbe llena de color que se despierta bajo el estruendo de guacamayas. Para quienes aún vive en la ciudad, este es un
escenario
melancólico con un perturbador olor a naftalina, sobre todo, para quienes sobrelleva en la memoria a una ciudad que ha visto imposibilitada esas transformaciones demográficas, económicas
y sociales que mantuvo el siglo pasado.
Esta es una urbe
comprimida, distópica, donde hace falta espacios útiles para el arte y donde al hecho público le falta el factor humano. Una ciudad sentenciada por la
extravagancia de esa "otra ciudad cabe dentro de la ciudad" que, en
nombre de una equidad social, le dio patente de corso a la Misión Vivienda de
Hugo Chávez para construir sin reparar en el impacto urbanístico, ignorando
ordenanzas que restringen el desmedido crecimiento de la urbe, a la vez que ha
eliminado la zonificación establecidas como pasó en la avenida Bolívar. Esta
misión envés de potenciar la periferia urbana saturó la ciudad, provocando discordancia
estética, congestionándola, incrementando calles insalubre, sucia, peligrosa y
carente de servicios básicos como alumbrado público. Esto ha
hecho que una especie de nihilismo se apodere de los ciudadanos, que impotentes
admiten que la vida social al igual que la individual está rota, ante una degradación
para los que no han sido prevenidos, y desde luego, para lo que no están
preparado.
El poder se puede
definir como la habilidad de hacer cosas, y la política es la decisión sobre
las cosas que se deben hacer, en el caso de Caracas, esto ha sido un
experimento, donde todo lo que puede salir mal ha salido mal, a lo que hay que agregar,
la cleptocracia y la política del caos ejercida por políticos sin escrúpulos. Caracas
más que municipios tienen feudos políticos, desde luego, el municipio
Libertador el feudo más notable, tiene el lema de "Caracas Socialista", lo que representa la distopía más espeluznante de un socialismo tardío y enloquecido
de poder. Este municipio se hace más palpable la relación
pasiva de su ciudadanía y la sobredosis de propaganda ideológica en los espacios públicos, atando a los viandantes al discurso político contra el carácter capitalista que debe tener todas las
ciudades contemporáneas, entendido que la ciudad es una sociedad de anhelos,
aspiraciones y esperanzas, por lo tanto, capitalizar su recurso ciudadano mientras sus
calles son motores económicos que determinan el éxito de la urbe lo que propicia las inversiones que lleva al desarrollo de infraestructuras y demás servicios acorde al ritmo de
crecimiento de la población.
En contraparte,
encontramos el municipio Chacao, que también ha establecido una relación pasiva
para con los espacios públicos, al establecer un funcionalismo entre el espacio
y ciudadanía muy propio del modernismo del siglo pasado, confinando la cultura a
espacios cerrados, eliminando con ello, el carácter multidisciplinario, multicultural e
intercultural que tiene las calles. Probablemente, la Feria del libro que se celebra cada año en la plaza
Francia sea el único evento de carácter cultural que no ha sido acomodado en un
espacio cerrado. Ambos municipios son un claro ejemplo de la distopía urbana,
de la privatización política del espacio público, no entendiendo que un espacio
se hace público en la medida en que este pueda fortalecer la imaginación y la
creatividad, y eso se logra, a través de acciones que propicien la
comunicación, el reconocimiento individual y colectivo de la espacialidad
ciudadana.
La arquitectura humana
de Caracas se ha visto seriamente afectada por la diáspora de
esos millennials que nutren la clase media emergente, desde luego, por la pérdida de profesionales que se fueron en busca de nuevas oportunidades, incorporándose al desarrollo de ciudades de otros países. La migración de Venezuela
se ha estimado en 5 millones, que si bien, es un poco más de 10 %
de la población de país o casi la población total de Caracas.
La ausencia se nota y mucho, tanto que pesa en el ánimo de quienes tiene un
familiar, un amigo o vecino de toda la vida fuera del país. Ciertamente,
nuestra ciudad para recuperar ese capital humano necesita inversiones
cardinales para mejorar la movilidad, las oportunidades de empleo, educación, recreación
y de servicios públicos, también es clave que se atienda a las barriadas
capitalinas, asimismo, fortalecer la vida urbana y el transporte de las
ciudades periféricas para que alcancen una sociedad urbana propia, estable y
sostenible.
Definitivamente, la
grandeza de las ciudades no se mide por su tamaño o densidad, se mide por la capacidad para albergar armoniosamente las diferencias y contrastes que
concurren en su heterogeneidad, se mide por la capacidad de contener lo
diverso, porque si bien la ciudad es un espacio político, también lo es para la
expresión de voluntades colectivas, espacio para la solidaridad, así como
también para el conflicto y la solución de los mismos. La única forma que tiene
una ciudad de avanzar es construir calles que sirvan para todos. La calle es fuente
inagotable de inspiración, y esto es esperanzador porque la diáspora en algún
momento tendrá que revertirse, y la experiencia, la convivencia, la cultura y los
valores adquiridos en ciudades en el extranjero mejoraran, sin dudas, la
urbanidad y los gobiernos de esta ciudad que vive entre guacamayas y distopía. Tenemos
que tener en cuenta que Caracas no nos ha traicionado y que los espacios
públicos son dinámicos, se rescatan y se abandonan o se crean nuevos espacios,
se recrean y se abandonan… y se rescatan, y esta ciudad está en ciclo del
rescate.
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