miércoles, 12 de diciembre de 2018

Gentrificación y Arte Urbano: receta desleal.







Hace tres años atrás se realizó el documental Right to Wynwood que relata la transformación de Wynwood, barrio de Miami donde residía gente de bajo estrato compuesto en su mayoría por una comunidad puertorriqueña que le otorgó el nombre de Little San Juan y, que fue barrido por un huracán llamado gentrificación apoyado por el festival de murales Wynwood Walls el cual es la cara amable y cultural de un desalojo. Lo cierto es, que la gentrificación se ha convertido en un tema muy debatido en Miami a medida que la reurbanización llega a vecindarios de bajos ingresos como Little Haiti y East Little Havana. Desde luego, esto nos lleva a la interrogante de cuál es el beneficio del arte urbano a la estética degradada de un barrio cuando este es usado como un malvado recurso para justificar el desplazamiento de sus vecinos.




La gentrificación es un anglicismo derivado de gentrification y del término gentry, que se traduce como una clase social en su origen británica, constituida por nobleza baja y media -como barones y caballeros-, hombres libres y terratenientes, es decir, trata de una burguesía tradicional. Pero en la praxis, la gentrificación no favorece a los hijos de vecinos, tampoco favorece al arte urbano al ser este un medio que lo difunde y lo promociona. El arte urbano sirve de mera herramienta para una componendas injustas, que expulsa a ciudadanos de bajos recursos, a la vez que otorga una pérdida de la identidad del barrio para darle lugar a una nueva realidad, interpretada por el neologismo elitización residencial.




Existen diferentes corrientes teóricas urbanísticas  que respetando la premisa del cambio gradual de población que normalmente debe suceder en cualquier zona residencial, esto no siempre se debe a la economías más acomodadas de sus residentes. En muchos casos, son ellos lo que deben de actuar y que el arte urbano a través de la elaboración de murales acordados puede resultar una estupendo instrumento para atraer a la espléndida inmigración,por ejemplo, al turismo low cost y al fenómeno de las plataformas Airbnb como sucede en Ciutat Vella, en Barcelona. Asi como tambien, hacer de los barrios un atractivos reclamos cultural para hipsters y millennials emprendedores que tengan la capacidad de darle una vuelta de tuerca a la zona que habitan.




El proceso de cambiar un vecindario, hasta el punto, de expulsar a los vecinos de toda la vida y sustituirlo por otros más rentables, sucede en todas las ciudades del mundo y ocurre por igual en zonas residenciales como en áreas industriales absorbidas por la expansión de la ciudad como sigue pasando en la ciudad de Nueva York con Brooklyn. En ambos casos, siempre se produce el virtual desplazamiento de los inquilinos que vivían allí por otros con mayor poder adquisitivo, de menor edad e incluso diferentes realidades sociales. Desde luego, este entramado inmobiliario trae consigo el alza de precios que impiden la renovación de los alquileres con bajas rentas o recurren a métodos no tan limpios, pues en muchas ocasiones para forzar la resolución del contrato, apelan a la falta de mantenimiento y el deterioro deliberado y a la imposibilitar de que el inquilino haga el pago de la renta, en estos casos, el arrendatario es solo la punta de iceberg, porque siempre encontremos una tupida trama sumergida con numerosos agentes inmobiliarios implicados, que se enriquecen en muchas ocasiones ilícitamente en nombre de la recuperación de un barrio.





El mercado inmobiliario suele ser sutilmente implacable en este sentido, siempre comienza por hacer más atractivo al barrio, rehabilitando espacios e edificios al recuperarlos y en definitiva, a modificarlos en la fisonomía urbana. También es común que usen la estrategia del deterioro, para forzar el abaratamiento y comprar a menor precio. Tenemos que tener en cuenta, que para dinamizar y aburguesar un barrio juega un papel importante el concurso de las administraciones públicas y las empresas privadas. Por una parte, los entes públicos permiten las inversiones para la mejora de espacios urbanos y culturales, por tanto, otorgan permisos, rehabilitan espacios urbanos y culturales, asimismo, permisan modificaciones urbanísticas que en definitiva llevan a un cambio en el uso del suelo. Por su parte, los entes privados, otorgan el dinero para la inversión de promotores inmobiliarios, para la apertura de negocios como tiendas y restaurantes acordes a las demandas de futuros vecinos. Al final, compran barato, venden caro, muy caro. En esto del ganar- ganar, ellos ganan, los antiguos residentes pierden y el otrora barrio obrero pasa a ser una colonia bohemia.




La gentrificación es un hecho urbano que está cubierto por un velo y cuando la contemplamos en su desnudez es demasiado tarde para actuar, pero también el arte urbano también ha servido a los habitantes para develar propósitos, como también ser elemento que apoye la denuncia y resistencia, tal como sucedió con el Festival Portes Obertes del Cabanyal donde vecinos de este barrio marítimo que se encuentra en la ciudad de Valencia en España, cedieron sus fachadas y abrieron sus casas a las intervenciones de artistas venidos de todas partes, para a través del arte visibilizar el entramado inmobiliario que deseaba desalojarlos. Lamentablemente, no pasó lo mismo con el Festival de murales Wynwood Walls. Por lo que podemos finalmente decir, que la gentrificación junto al arte urbano es una receta desleal para los vecino de un barrio, porque si bien, el arte urbano sirve a víctimas, también esta al servicio de los victimarios.




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