La calle siempre deja un
gusto por los visionarios, los sin – vergüenzas, lo que disturban lo habitual,
lo que estimulan y los que se atreven. Sin dudas, esto describe perfectamente a
muchos artistas urbanos, como por ejemplo, a un Keith Haring, quien un día
cualquiera en una estación del Metro de Nueva York se percató de la existencia
de una valla publicitaria completamente vacía. Suponemos, que este artista enseguida
subió a la calle, para buscar raudamente un local donde comprar tizas y
regresar a aquella estación para dibujar sobre aquella superficie negra que le
ofrecía la valla. Desde aquel momento, en los lejanos 80 nace el Subway Drawing
de Haring, intervenciones que alborotaron la docilidad de un traslado
subterráneo y obligó a este artista a usar el Metro solo para localizar las vallas
vacías.
Sin dudas, los Subway
Drawing como se conoció a estas intervenciones dieron a conocer a Haring, tanto
por los usuarios circunstanciales del Metro neoyorkino de aquellos años, como por
el mundillo selecto del arte quienes reconocieron a estos espacios intervenidos
por esos delirantes hombrecitos dibujados sin bocetos previos como lugares creativos,
de interés visual y de gran expresividad por un lenguaje de fácil lectura, muy
cercano al comics, algo que, desde luego, les permitían contrastar con las
distintas imágenes publicitarias que usualmente habitaban andenes y pasillos de
las estaciones del Metro que como hormigueros laten en las entrañas de una
ciudad catalogada el ombligo del mundo.
Los dibujos de estos hombrecitos
sin rostros poco a poco conquistaron los espacios subterráneos, mostrando las
distintas amenazas que según Haring atentaba o carcomía la humanidad de los 80,
como la TV, la computadora, el tiempo, la religión o el dinero. También estos
hombrecitos saturados por ese miedo al vacío que caracterizó el trabajo gráfico
de Haring, eran seres adictos al sexo, en todo caso, seres que como remedio a
cualquier enfermedad preferían ejercer su libertad sexual. Asimismo, eran seres
mutables, que a criterio de Haring se transfiguraban en perro, pájaro u otros
animales menos perceptibles a simple vista.
Como una suerte de
Proserpina, que según la mitología era una deidad que moraba entre el
inframundo y la tierra. Las intervenciones de Haring moraban en el submundo de
las estaciones del Metro y las calles de la ciudad con seres proveniente de su
universo caligráfico, creando una especie de feroces jeroglíficos para las
despabiladas miradas de los viandantes, que buscaban un deleite en su transitar
entre el mundo subterráneo y la superficie de la ciudad.
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